viernes, 8 de enero de 2016


La ciudad obsoleta: la ortogonalidad, la ortolugaridad y la arquitectura-infraestructura.


                                                                                                                                                                

“Si, ya lo sé, ustedes no saben de qué estoy hablando porque hace ya tiempo que desapareció la belleza. Desapareció bajo la superficie del ruido- el ruido de las palabras, el ruido de la música, el ruido de las letras [y el ruido de las imágenes] -en el que vivimos constantemente". [1]


La ortogonalidad es un recurso, en donde se utiliza el ángulo recto como principio generador y organizador de expresión, forma y espacio. Éste es ampliamente utilizado en la arquitectura y en otros campos del diseño desde la antigüedad. En general la ortogonalidad detrás de su aparente sencillez en su lenguaje intenta proponer una arquitectura más sensata, fundamental y duradera. En síntesis la ortogonalidad, en su aparente sencillez, es de difícil dominio pues tiene una vocación intrínseca contra lo obsoleto. En abierta oposición a la atracción de interesante recurso, este artículo intenta reflexionar sobre un tema mucho más ingrato y sin embargo más sustancioso y urgente; la última transformación de lugares de la ciudad de La Paz. De alguna u otra manera se pueden catalogar ya, como lugares obsoletos. Esta transformación se hace necesaria, para permitirnos armar un marco referencial sobre la atemorizante visión de ciudad que se viene perfilando en los próximos años.

Recientemente me topé con un blog denominado “La paz urbanismo, el Urbanismo Boliviano hacia una ciencia integral” http://lapazurbanismo.blogspot.be/ncr y mi primer cuestionamiento fue si efectivamente el título era apropiado; ¿Existe urbanismo en La Paz? ¿Es el urbanismo es una ciencia integral? La respuesta en ambos casos es no. Existen algunos momentos de urbanismo [Miraflores 1927, Villa Dolores 1942, El Alto 1950] que casi inmediatamente pierden su carácter categórico debido al rápido crecimiento. Pero fundamentalmente porque “urbanismo” fue un término básicamente acuñado desde la modernidad y para la emergente sociedad y forma de vida industrializada, desde entonces éste se ha venido reformando y ampliando según el enfoque y los objetivos del resultado. El urbanismo como (multi)disciplina especializada tiene algo más de un siglo de vida desde su reconocimiento como objeto de estudio y acción [hablar del diseño urbano en la historia de La Paz es diferente] y el término hace franca referencia a una práctica racionalista ya en desuso. Un mejor término para las intervenciones urbanas para contextos en desarrollo, o dicho de otra forma; el nombre más adecuado para el diseño urbano en sociedades de modernidades periféricas o múltiples (como la nuestra), es la planificación de los asentamientos humanos. Este conlleva una vocación más amplia que además de incluir elementos contextuales específicos de diseño intenta revertir elementos no específicos del contexto: exclusión social, pobreza, crecimiento acelerado e insostenible.

Por otro lado el urbanismo tampoco es una ciencia, es verdad que intentó constituirse como tal a principios del siglo XX (al igual que otras áreas de estudio que se autodenominaron científicas), al concebir las ciudades como maquinarias de la vida cotidiana. En donde el correcto funcionamiento de las actividades y usos son definidas desde una racionalidad hermética, siguiendo paradigmas del movimiento moderno que devienen del campo de la Arquitectura. Finalmente el urbanismo como ciencia aplicada fracasó dando pie a un complejo campo multidisciplinar en donde otras áreas como la economía, ecología, sociología, antropología, la ingeniería, y otras disciplinas tienen algo que decir y que aportar. Sin embargo no pretendo elaborar sobre el inadecuado uso de los términos; mi principal punto yace en evidenciar la dificultad en la construcción de marcos críticos referenciales y confiables de actualidad. Así esta confusión generalizada respecto del término, por si misma ya problemática, se descontrola totalmente en sus interpretaciones en las redes sociales y el internet.

A raíz del nebuloso campo de los asentamientos humanos [d´Auria, De Meulder, Shannon 2010] y del actual enfrascamiento al momento de leer correctamente nuestro medio urbano, resulta aún más difícil evaluar críticamente las últimas transformaciones de éste, reflexionar sobre los desafíos pendientes y urgentes de nuestras ciudades y repensar la forma en que se ha venido interviniendo nuestra urbe más allá del berrinche político y del nombre con el que se quiera denominar a esta última transformación.

Para esto es importante resaltar el periodo de intensa intervención en la ciudad como el que hemos vivido en los últimos 15 años, y es que la ciudad de La Paz ha cambiado mucho en este tiempo. Mientras los aciertos deberían hablar por sí mismos en una sociedad con un claro sentido histórico y se deberían consolidar a través del tiempo de forma colectiva, es muy difícil encontrar consensos en la actualidad; en donde la memoria, el sentido común y la pericia del campo se encuentran siempre contaminados según la coyuntura política. Cada período significa empezar de cero; en este ciclo contínuo de negar el pasado para volver a construir en un laberinto de de-constructivismo ideológico nos encontramos ante la inminente pérdida del valor sustancial, el rumbo y como consecuencia el desinterés colectivo. En este desalentador paisaje, queda reflexionar sobre las lecciones aprendidas y los lugares obsoletos que deberían ser más fáciles de identificar en un corto plazo.

Si añadimos esta polarización política natural del habitante (que se traduce en agresión, egoísmo e intolerancia), frente a un escenario naturalmente propicio para la confusión como lo es el campo de la planificación urbana, tenemos como resultado un revoltijo de ideas en donde a menudo nos oponemos a las interesantes, ejecutamos las malas e ignoramos las urgentes.

Es en este contexto que el artículo al revisar la historia de las malas intervenciones pretende elaborar guías de una narrativa crítica de los elementos y condiciones en donde estos se generan y en donde la arquitectura-infraestructura marca amenazante, el guión de este ciclo. En este sentido el punto de partida nace en aceptar que en la ciudad de La Paz existe una colección de ortolugares que merecen la pena revisar.


El nuevo mercado Lanza y alrededores




Superando el romanticismo que implica recordar algún verso sobre un personaje paceño sentado en la cabeza del Mariscal de Zepita, o cualquier otra anécdota, este lugar que ha venido siendo intervenido de mal en peor, es precisamente la ex plazuela de la Pérez Velasco.

En este lugar se intersectaban una serie de elementos que en sus disparidades encontraban una imagen más coherente de la que tenemos en la actualidad: la parroquia de San Francisco con su ya recortado atrio, se extendía en un corredor de vendedores informales establecidos a través de la ex plazuela Pérez Velasco (de la cual no queda ya ningún indicio) y conectaba con el Mercado Lanza para extenderse por la calle Evaristo Valle. Si bien el conjunto de espacios públicos que se conectaban en este punto no eran precisamente los más afines, eran exactamente aquello: un conjunto de espacios más o menos definidos que actuaban como una sola (caótica) centralidad lineal; una condición muy importante de nuestra ciudad. En la actualidad la centralidad del espacio público se encuentra asfixiada y ha dado lugar a burbujas de espacio público aisladas que interactúan con dificultad y sin ningún sentido de orientación cortadas abruptamente por muros, avenidas o defensas. Se han creado pasillos insoportables al lado de las pesadas obras de infraestructura.

Más allá de que antes existía, sobre este espacio, una apropiación natural de cuanto actor social se pueda estudiar en nuestro contexto, hablamos esencialmente de un lugar que ha servido por siglos como plataforma central en la configuración urbana. Históricamente la ciudad colonial y la ciudad indígena se rozaban en este punto; tampoco era coincidencia pues este lugar tiene su origen como una amplia ribera producto de la sedimentación natural del río Choqueyapu. Era en otras palabras: el lugar al otro lado del puente, en donde se gestaban los primeros espacios de intercambio. Este lugar marcaba la entrada de la ciudad y siempre ha sido una referencia de orientación en la ciudad; separa y une simultáneamente innumerables acontecimientos a su alrededor, y es sin duda el lugar más importante de la ciudad por encima de la planificada plaza de armas del alarife Gutiérrez Paniagua.

Por otro lado la necesidad de hacer gestión política a partir de la infraestructura, el hormigón y la monumentalidad, que en mentes propensas y sugestivas como los que habitamos esta ciudad, nos lleva a pensar erróneamente, que alguna respuesta nos ofrecerá el campo de la arquitectura. Esta necesidad encuentra su paridad en el arquitecto tradicional que llevado por la ensoñación de poder practicar algo de arquitectura contemporánea, en un medio en donde el ejercicio de la Arquitectura ha sido relegado, se crea el ambiente propicio para la ortolugaridad. De este infortunado encuentro nace el pensamiento de poder resolver la complejidad de San Francisco, Asamblea Legislativa o Vivienda Social a partir del hormigón limpiamente renderizado. Esta obsesión la llamo arquitectura-infraestructura.

Bajo esta arraigada práctica descrita, un sinfín de espacios muy bien logrados se han perdido para siempre; el atrio de San Francisco y el Stadium Hernando Siles son sólo otro ejemplo doloroso. Y es que la economía del comercio informal y la complejidad de nuestro contexto, no pueden pensarse únicamente desde la imagen arquitectónica (el hormigón blanco de moda), o más precisamente desde la arquitectura-infraestructura.

Bajo esta arraigada práctica descrita, un sinfín de espacos muy bien logrados se han perdido para siempre; el atrio de San Francisco y el Stadium Hernando Siles son sólo otro ejemplo doloroso. Y es que la economía del comercio informal y la complejidad de nuestro contexto, no pueden pensarse únicamente desde la imagen arquitectónica (el hormigón blanco de moda), o más precisamente desde la arquitectura infraestructura.



El ex-garaje Romero



Sin intención de recrear algún posible episodio de René Bascopé Aspiazu en lo que fue el Conventillo del Garaje Romero ubicado entre las calles Murillo, General Gonzales, Pasaje Belzu y Almirante Grau [2], o añorar alguna La Paz oscura y bohemia, este segundo lugar nace de la abertura de un manzano para poner algo menos monstruoso que un megamercado hecho de hormigón y sin embargo más molestoso: una calle. Y no cualquier calle, es una calle transitoria; es decir es una calle concebida para pasar rápidamente en coche y que a pie nadie en su sano juicio lo haría.

Tal como Jane Jacobs romantiza el ambiente artístico y vívido de Nueva York en su libro The death and life of great American cities [3] para criticar los viaductos vehiculares instaurados por Robert Moses en 1964, los argumentos en contra de esta calle bien podrían apelar también al romanticismo saenziano. Sin embargo Jacobs hace observaciones más bien objetivas de la escala urbana: al favorecer el flujo motorizado sobre el desplazamiento peatonal, éste se desvanece. Adicionalmente Jacobs sostiene que los bloques de siete u ocho pisos proveen una acertada densidad y escala para dar sentido de lugar a un vecindario, más aún, es importante que las fachadas de los edificios se orienten hacia la calle. Naturalmente ninguna de las casas del ex-garaje Romero encaran la nueva calle como para “protegerla” con la mirada, como acertadamente observa Jacobs en su libro, esto resulta evidente si entendemos algo de la organización espacial interna de un manzano en un ex-conventillo.

En consecuencia la calle huele muy mal, es peligrosa, oscura y no es solamente porque las casas no están dispuestas en función del nuevo eje de vía, sino porque resulta que se encuentra entre un mercado, el centro y un laberinto habitado por artilleros; se ha creado un espacio que acentúa las condiciones desfavorables del lugar. Parece que quienes proyectaron la calle nunca se bajaron de su silla para recorrer el lugar; un proyecto en donde un planificador siguió pensando que hacer urbanismo es conectar calles, o peor todavía, algún consultor de tráfico vehicular calculó que el porcentaje, para hacer rampa y media, daba a la perfección.


La Avenida Roma y el nuevo campo ferial



No es casualidad que todos los excesos, malas costumbres y vicios de nuestra ciudad se concentren en un lugar tan apático en torno a la avenida Roma, tampoco es casualidad que estas malas costumbres tiendan a reproducirse: cinco carriles para automóvil en una orilla, cuatro en el otro extremo, una fractura tan imponente que olvidamos que en medio se encuentra quizás el peor crimen de la ciudad: el haber convertido un río en alcantarilla abierta. Mirando hacia arriba a las montañas, como remate en el paisaje se instala en lo alto de una cumbre de un condominio cerrado, una torre residencial que intenta competir inútilmente con el conjunto de cerros de la muela del diablo, y más recientemente el nuevo campo ferial que con su pesado emplazamiento pretende alcanzar la monumentalidad del Illimani y de ser tan “grande como La Paz”.

Semejante aseveración habla de lo fácil e ingenuamente impresionables que somos los paceños: si admiramos una montaña ¿por qué no admiraríamos un bodoque de hormigón con superafiches? Más al contrario este tipo de imágenes no se nos imponen, provienen de nosotros; nosotros las imaginamos y las pedimos. Ésta es precisamente otra circunstancia de la ortolugaridad: la negación de un espacio y de sus condiciones y valores pre-existentes que se presta a la superposición de cualquier otra imagen a menudo más forzada y ajena. El emplazamiento y construcción de este pesado volumen confirma nuestra tozuda convicción de que dominamos la Arquitectura, y que nuestra arquitectura domina el paisaje, por lo tanto el resultado es una atrevida afirmación de que sabemos y podemos dominar nuestro contexto construido y no construido. 




Otro ejemplo más reciente de que las malas prácticas de los ortolugares se repiten, es la recientemente inaugurada calle de acceso a Irpavi que reproduce el desalentador paisaje de la avenida Roma; otro lecho de río (otro lamento en este espacio) utilizado para lo que mejor sabemos hacer: calles. Sin olvidar que las avenidas en la ciudad de La Paz ocupan un lugar cuestionable, me sorprende con cuanta facilidad sucumbimos ante la promesa de un simpático asfalto, que ha recortado el espacio de una gran oportunidad; sino de recuperar un tramo del río Irpavi; por lo menos de mantener un valle de río sin construir.

Nuestra infraestructura arquitectura es tan enérgica en su expresión, dimensión y discurso que termina provocando pudor por su determinación (verdadero motivo de las fotografías en blanco y negro). Esta es la imagen que gobierna en nuestras endebles mentes que, corrompidas por la idea de que El Progreso se pasó por alto nuestra región, ahora es tiempo de revertir esta fatalidad. Esta idea cala más profundo en quienes ven con tanta admiración y sin perspectiva crítica los skylines de ciudades del exterior.                            

En la cabeza de muchos resuenan con entusiasmo palabras intensas, fuertes, determinadas que intentan proyectar imágenes tan definidas como atemorizantes: parques industriales, viviendas de alta densidad, torres residenciales, puentes, parques viales, avenidas de alta velocidad, campos feriales, etc. 

La mayor parte de los peores lugares que se nos ha dejado en la ciudad, son producto de acciones enérgicas llevadas por la idealización de imágenes en extremo utópicas del futuro, olvidando el presente, la realidad, el terreno, el paisaje. Estos lugares en donde la arquitectura infraestructura pretende resolver más que un espacio, ésta quiere revertir todos los problemas, históricos, sociales y políticos. Al contrario de la arquitectura monumental que no tiene más propósito que mostrarse abiertamente como heroica, por lo tanto carece de función; la arquitectura-infraestructura pretende salvar el mundo desde su función e imagen, es reivindicadora por naturaleza; y aspira secretamente ser monumental.

En esta ambiciosa empresa se terminan olvidando las condiciones específicas del paisaje, las oportunidades reales de cada contexto temporal y espacial, el sonido del silencio que yace debajo del ruido de tales imágenes fuertes. Hoy, más que nunca, vivimos un momento de incertidumbre, en donde las intervenciones urbanas deben alejarse de acciones definitivas, emotivas y monumentales, y deben orientarse más bien hacia un urbanismo menos obsoleto más reversible, flexible, sostenible. “… today uncertainty has become a rock-solid reality; un-reinforced concrete can be the best adapted laboratory for experimenting with a vaster architecture – a swarm of sensorial input, services and products.” [4]

El resultado de una implementación sistemática de arquitectura infraestructura es parte causante de muchos de los espacios más despreciables de la ciudad. Frente a un escenario en donde nadie se escucha y el ruido de una imagen gritando más fuerte que la otra, las siguientes líneas son sólo un susurro más. Aunque pueda sonar a cacofonía cabe resaltar que llamar a las cosas por su nombre resulta menos fachoso que ponerle perfume a una calle hedionda, que disfrazar monstruos de hormigón con gigantografías del Illimani o Viviendas con murales de Mamani Mamani, los ortolugares son precisamente aquellos lugares que no pueden ocultar su condición: son lugares del orto.




[1] Mann Thomas, citado por Kundera Milan, El libro de la risa y el olvido. Paris Francia: Biblioteca Breve, 1982.
[2] Me paso el trabajo de nombrar las calles aledañas porque no encuentro por ningún lado el nombre oficial de esta calle.
[3] Jacobs Jane, The Death and Life of Great American Cities. New York US: Random House, 1961.
[4] Branzi Andrea, Weak and Diffuse Modernity: The World of Projects at the beginning of the 21st Century. Milan Italia:         Skira, 2006.
        

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